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EL EFECTO ENERGÉTICO DE LOS SÍMBOLOS

1/15/2014

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Es práctica común al Ocultismo el valerse de símbolos de los más diversos orígenes: hebreos, hindúes, griegos, rúnicos, cada uno de ellos dotado de una aparente “facultad” especial, facilitadora de determinado objetivo. Y si nos colocamos en el lugar de un observador neutral, ajeno por completo a la Filosofía Hermética, debemos convenir que puede resultar difícil de digerir el que meditar, o elaborar mentalmente, dibujar o tallar un símbolo determinado pueda desencadenar, en el mundo aparentemente material en que nos desenvolvemos, algún efecto perceptible. Que mentalizar un pentáculo o estrella de cinco puntas de determinada manera sobre el órgano afectado de una persona enferma puede propender a su curación, o que en caso de acusados problemas psicológicos un “sello de Salomón”, también conocido como “estrella de David” sea en ocasiones suficiente paliativo. Además del abismo infranqueable para la mentalidad materialista de este siglo que representa lo que va de lo mental a lo fisicista-mecanicista, se hace en ocasiones incomprensible el porqué debería aceptarse que una figura geométrica determinada pueda, por su sola observación, desencadenar resultados tangibles.


Sin embargo, y como en muchas otras ocasiones, aquí también la moderna psicología ha hecho tan significativos avances que sus propuestas rozan audazmente las milenarias enseñanzas esotéricas. Y precisamente, en el campo semiológico es donde encontramos una aproximación válida para avalar tales Misterios. Debemos tener en cuenta que todo símbolo es “una máquina psicológica transformadora de energía”, lo que equivale a decir que la concentración en un símbolo provoca dos respuestas: por un lado, una tensión psíquica que, en ocasiones, puede gatillar la latente potencialidad parapsicológica (según el buen decir del parapsicólogo argentino Antonio Las Heras) del individuo; por otro, al asociarse al mismo determinados contenidos inconscientes, su evocación polariza sobre el sujeto tales correspondencias con lo que, cuando menos en forma autorreferente, se detonan los contenidos emocionales de armonía y equilibrio que le fueron adjudicados.

Por otra parte, una figura señera del Esoterismo como fuera la norteamericana Dion Fortune –que no ociosamente se dedicara al psicoanálisis antes de volcarse de lleno al Ocultismo enseñó que “cuando en el pasado, a un símbolo le es incorporado, por meditación o raciocinio no convencional, un determinado contenido por un grupo de iniciados, en el presente, aún cuando las claves interpretativas se hubiesen extraviado irremediablemente,  también por meditación e iluminación podemos evocar esos contenidos”. Ejemplificando esto, podemos señalar que si hoy en día un grupo de estudiosos deseara perpetuar determinada información, esotéricamente hablando, y evitar que la misma caiga en manos no deseables, se elaboraría un signo o símbolo a través de largas sesiones de contemplación meditativa; luego, aunque transcurrieran siglos y desaparecieran todos aquellos elementos materiales que podrían brindar una pista sobre el significado del mismo, en otro lugar y otra época, y siempre por directa meditación sobre el símbolo en cuestión, podríamos recuperar el contenido que le fue adjudicado al mismo. Y para esto hay una razón lógica; de una u otra forma, esos contenidos pasan a integrar, genética o extrasensorialmente, una memoria racial, reservorio natural del Inconsciente Colectivo de donde, a fin de cuentas, nos realimentamos en nuestras meditaciones. 

Y ese Inconsciente Colectivo es, a todas luces, un entramado que comunica, diríamos que de manera subliminal, todas las mentes del género humano. Por ello, lo que nosotros recuperamos por “conectarnos” con esa red, también señala una vía de acceso sobre la psiquis de los demás y de esa forma desencadenar determinados efectos. 

Y si queremos ser más precisos, deberíamos recordar que la Parapsicología ha demostrado, más allá de toda duda razonable, la existencia de una llamada “energía de las formas”, potencial energético de naturaleza desconocida que se hace presente cuando construimos objetos que acusan una muy concreta geometría, como es el caso de las pirámides (lo más popular), y los conos, espirales, etc. Decimos que la naturaleza de esta energía es desconocida, pese a que muchos autores le atribuyen un carácter “cósmico” lo cual, por supuesto, aún es discutible máxime cuando, si hemos de ser exigentes con la terminología, en última instancia todas las energías son cósmicas. Y, si observamos con atención, advertiremos que un símbolo geométricamente definido es, en todo caso, una “forma” de dos dimensiones (quizás tres, si aceptamos que el sutil relieve del grabado o la impresión sobre el papel puede considerarse también una dimensión) y, en tal sentido, capaz de acumular “energía de las formas”.

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    Francisco Benages

    TarotCoach
    Consultor en procesos de transformación

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